satorzulo gorria

Por Jesús Jaén Urueña//

¿“Me están diciendo que dos reuniones entre el amigo de Trump, Steve Witkoff, y Putin en Moscú y un par de llamadas telefónicas entre Putin y Trump, son suficientes para finalizar la invasión rusa en Ucrania en condiciones favorables para Kiev”?  Thomas L. Friedman . New York Times, 20/03/25.

Todo huele a podrido alrededor de las promesas de paz de Trump ¿Alguien confía que un autócrata, como Putin, que nunca respetó los acuerdos de paz que él mismo ha firmado, y un neofascista, como Trump, que está haciendo de su regreso a la Casa Blanca, una oda a la inmoralidad política; que está expulsando a miles de inmigrantes; que está despidiendo a miles de trabajadoras y trabajadores del Estado y que está acosando a los colectivos de  mujeres y homosexuales; alguien piensa que estos dos individuos van a gestionar una paz digna de tal nombre? Es imposible.

Algunas organizaciones de extrema derecha y también de la izquierda, han tratado -estos tres años- de  justificar la invasión de Ucrania argumentando que Putin actuaba defendiéndose de las amenazas imperialistas de occidente. Definitivamente estas organizaciones han dejado muy claro que no están dispuestas a reconocer ni decir la verdad. Las preguntas son obvias: ¿Por qué motivo se iba a sentir  más amenazada Rusia (por la OTAN), que Polonia, Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania, Moldavia y,  ¡Ucrania! que tienen en sus fronteras al segundo ejército más importante del mundo? ¿No será que detrás de las “operaciones militares” de Putin se esconde la añoranza por reconstruir el viejo imperio de los Romanov?

Arrancando de esa falsa premisa, la extrema derecha y algunas organizaciones de izquierda, han fabricado una fantástica  teoría sobre Putin. Dicen que la invasión de Ucrania (2014 y 2022) fue un movimiento preventivo. En tal caso, eso sería reconocer implícitamente que invadieron unos territorios ajenos. Pero la explicación es otra: el ejército de doscientos cincuenta mil hombres armados con la mejor equipación militar entraron en Ucrania en febrero de 2022 no para defenderse de  la OTAN sino para imponer un gobierno vasallo como el de Lukashenko en Bielorrusia. El Kremlin siguió manteniendo que se sentía amenazado ¿Por quién? Ironías de la historia, Hitler usó argumentos muy similares para invadir en 1938 los sudetes.

Pero conforme ha ido avanzando esta guerra, las intenciones de Putin se hacen más evidentes. La invasión de Ucrania no fue un acto defensivo frente a la OTAN, sino la ocupación de unos territorios con el único fin de cumplir el sueño imperialista de una “gran Rusia”. Añoranzas del pasado que hoy se quieren hacer realidad a costa de los territorios ucranianos en Crimea, Donetsk, Lugansk, Jerson o Zaporiyia (a los que intentarán sumar en el futuro a los países que formaron parte de la URSS). Por algo Putin siente tanta admiración por Stalin como animadversión hacia Lenin al que consideró el culpable de haber concedido en enero de 1918 el derecho de autodeterminación para Ucrania

La guerra de Putin no es una guerra defensiva sino una guerra de ocupación contra una nación soberana: Ucrania. No cabe entonces llamarla de guerra “interimperialista”.  Ese concepto utilizado por algunas organizaciones de la izquierda es equivocado y conduce a una política similar a la que tuvo la izquierda de Zimmerwald al comienzo de la primera guerra mundial: el llamado “derrotismo revolucionario”.

Pero las diferencias entre 2022 y 1914 son cualitativas. En realidad si hubiera que buscar una analogía histórica -con todas las precauciones del mundo- diríamos que estamos más cerca de 1939 que de 1914. Más allá de las comparaciones históricas la realidad es tozuda: los muertos de esta guerra son civiles y soldados ucranianos (y por supuesto también soldados inocentes reclutados por Putin en la Federación Rusa, Corea, Chechenia, etc). La terrible devastación que está sufriendo el pueblo ucraniano en sus casas, infraestructuras, campos o tejido industrial está en su propio suelo, es el país que vio crecer a sus hijos y morir a sus abuelas y abuelos.

El hecho de que Europa y EEUU estén mandando armas no cambia en absoluto la naturaleza de esta guerra  La izquierda que defiende que el ejército de Ucrania baje las armas ante su enemigo debería hacerse esta pregunta ¿La guerra que libró el pueblo vietnamita contra los EEUU fue guerra “interimperialistas” por el hecho de que la URSS o China enviaran armamento a Vietnam del Norte? Ninguna persona de izquierda defendió una teoría similar en los años sesenta y setenta. Todo el movimiento contra la guerra de Vietnam tanto en Europa como en los EEUU exigía la retirada de las tropas estadounidenses y la ayuda militar al régimen de Hanoi.

Por lo tanto, no valen excusas. Es una guerra por el derecho de autodeterminación de un país soberano brutalmente agredido. En tal caso, la única política de liberación y socialista no es defender como gran lema una paz en abstracto (ni mucho menos el derrotismo de ambos bandos), sino el derecho a la legítima defensa de Ucrania. No tenemos que simpatizar ni lo más mínimo con el gobierno de Zelenski, para pedir que le suministren armas. La independencia política respecto a Zelenski y la crítica política a su gobierno no debe condicionar el envío de armas al frente.

Con la victoria de Trump en las elecciones de 2024 entra un nuevo actor que desequilibra, aún más, la balanza. Hay un cambio en la correlación de fuerzas tanto político como militar, en la medida que Trump se sitúa como un aliado de Putin. El grueso de la tecnología de guerra ucraniana es estadounidense, así como las conexiones por satélite que le permiten operar contra el ejército ruso. Es más que probable que Trump haya surtido de buena información al Kremlin.

Aunque la política general de la Administración republicana liderada por D. Trump es errática tanto en cuanto a lo económico como a su política exterior, la verborrea del nuevo inquilino en Washington ha dejado traslucir que, en la cuestión ucraniana, está buscando una repartición de zonas de influencia con Putin. Las conversaciones de paz previstas en Jeddah van encaminadas a obligar al gobierno de Zelenski a capitular reconociendo los territorios ocupados por Rusia, desarmar al ejército ucraniano e impedir que Ucrania mantenga una futura alianza económica, política y militar con Europa. Para colmo, Trump intenta transformar la parte que le corresponde del pastel (Ucrania central y occidental) en una especie de colonia suministradora de tierras raras, energía y materias primas. Es un plan tan infame como el Pacto germano soviético entre Ribbentrop y Molotov que en 1939 aniquiló a Polonia.

Ningún tratado de paz a espaldas de las víctimas. Ucrania tiene derecho a exigir la retirada de todo el ejército ruso de los territorios ocupados desde 2014; tendría que pedir indemnizaciones de guerra por todo el daño económico y moral causado por la invasión; el regreso de las niñas y niños trasladados a la fuerza a Rusia; el intercambio de prisioneros y garantías suficientes para no ser nuevamente agredidos. Es obvio que hoy por hoy, Ucrania no tiene la fuerza para llevar adelante estas exigencias. En parte por Trump y en parte por la actitud pusilánime e hipócrita de las instituciones y gobiernos europeos que han racionado su apoyo militar.

Ucrania puede ser forzada y obligada a una paz injusta y humillante, pero está en su derecho de elegir el camino que crea conveniente. Nadie debe ni puede hablar en nombre de los que han perdido miles de vidas en el campo de batalla y en las ciudades; de los que han sufrido la destrucción y el exilio de seis millones de ciudadanas y ciudadanos.

Hace más de cien años, muy cerca donde se libran las actuales batallas, el gobierno revolucionario de Lenin y Trotsky tuvo que firmar en 1918 la famosa Paz de Brest Litovsk. Fue un tratado humillante, impuesto a punta de bayoneta por el que Alemania y el imperio austrohúngaro se quedaban, entre otros territorios, con Ucrania. Los debates en el partido bolchevique no intentaron endulzar la dura derrota, sino denunciar al enemigo al mismo tiempo que explicaban a la clase obrera internacional que no podían escoger otro camino. Es así como los internacionalistas socialistas deberíamos abordar el fraude que están preparando Trump y Putin con la misma connivencia de la UE y la impotencia del gobierno ucraniano.

Los gobiernos de Europa y los dirigentes de la UE son ahora víctimas de su propia pusilanimidad. Están desesperados porque su antiguo aliado les ha dejado en fuera de juego. Hablan de un aumento de los gastos militares y de un proyecto común de defensa. Pese a lo que diga una parte de la izquierda, el capitalismo europeo estaba ensamblado sobre unos intereses donde la industria de las armas no era su prioridad. A duras penas han tratado de mantener unos compromisos con el gobierno de Zelenski pero deseando que la guerra se acabase cuanto antes. El problema ahora es que no solo se ha envalentonado Putin, sino que Trump actúa como un caballo de Troya con Ucrania. Otro problema añadido es la influencia que Trump ejerce sobre una extrema derecha europea que actúa intentando dinamitar las estructuras de la UE.

En ese sentido podemos decir que Putin podría lograr tres victorias importantes. La primera, la anexión de una parte de Ucrania. La segunda, una alianza con los EEUU. La tercera, haber forzado a la UE y al Reino Unido a plantearse un cambio estratégico fundamental. Ahora se ven obligados a transgredir sus “principios” políticos de los últimos ochenta años. La UE y el Reino Unido, seguramente también, junto a Canadá y Australia, van a tener que destinar una gran parte de sus economías capitalistas a conseguir los recursos en la industria y en sus finanzas, para “competir” en el terreno militar con Rusia, EEUU y China. Son las consecuencias del giro reaccionario que vive el mundo desde hace diez años aproximadamente.

Los marxistas, el socialismo internacionalista y libertario tendremos que asumir que, ante esta nueva situación, se necesitan nuevas respuestas.